Supervivencia

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Supervivencia, 1973. Esta tela es más simple, unitaria y concentrada que la anterior en cuanto al contenido y al temple anímico de la representación. Un nuevo ser flota y se mueve en el éter, dentro de una bolsa amniótica. Conserva el gris de la existencia terrenal, pero comienza a recibir fluidos de colores de la placenta naranja que lo envuelve. Su progenie de tonos azules o rojos, imaginada quizá por quien sobrevive, se mueve ya con libertad y alegría, mientras lo nutre y lo auxilia en su vuelo. Está en curso la progresión antropológica, que deja atrás los totemes astrales, (todavía perturbadores en una suerte de estatismo ancestral, próximo al de las esculturas policromáticas hechas por Libero Badii en la misma época) e inaugura la época de los astroseres (en el cuadro Etapas espacio-temporales de 1978, se encuentra el despliegue más nítido de las metamofosis humanas que Forner descubre y ansía en el futuro). No es caprichoso plantear una convergencia de esta imagen con otras dos muy especiales, tomadas del cine y de la literatura de ficción científica: las escenas finales del nuevo Hijo de las Estrellas, el feto que Stanley Kubrick imaginó en su versión fílmica de 2001, Odisea del espacio, y el niño sobre el que Arthur Clarke escribió en su novela del mismo título (película y novela salieron a la luz simultáneamente en mayo-julio de 1968): “Pero el niño, casi sin notarlo, se acomodó por sí solo al resplandor confortable de su nuevo medio. Todavía necesitó, por un momento, esa cáscara de materia como el foco de sus poderes. Su cuerpo indestructible era entonces la imagen de sí mismo que él tenía en su mente; y, debido a todos sus poderes, sabía que aún era un bebé. Por lo tanto, permanecería así hasta haber decidido cuál sería su nueva forma, o bien haber ido más allá de las necesidades de la materia.” José Emilio Burucúa

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2 marzo, 2017